Por Paul Caster
Acordate que lo que escribas se va a leer en horario apto para menores. El mensaje de la productora del programa era una de esas tareas ingratas pero que alguien tiene que hacer, tratándose de un autor como yo, de esos que no tienen filtro para escribir lo que piensan y menos para pensar lo que no se debe. En ese momento decidí que haría un cuento, pero luego de tan hermosa noche decidí tratar de hacer una crónica descarnada y resumida de lo que vi y sentí, porque había tantos colores y movimientos en la escuela de calle Salta al 2500 que resumirlo en un par de páginas iba a ser difícil.
La verdad es que me la hicieron fácil, pasé una verdadera noche nacional y popular, crítico autorizado, licencia para beber, corresponsal de murgas. Grabación del primer dvd de la murga Los Vecinos Re Contentos, una murga a la cual no había visto nunca en vivo pero a la que precede una gran reputación donde se ha presentado, una murga que hace honor al profesionalismo y que contagia alegría sincera y cinismo a medida. Pero vamos por partes (como dijo Jack el Destripador).
Para ver la performance de la murga con el mejor nombre del mundo, asistí acompañado por la Negra y el Tomillo. La consigna era disfrazarse, pero como soy un poco vago y como los sábados atajo para un equipo amateur del barrio, decidí usar la ropa que tenía puesta desde el mediodía, es decir me fui de arquero. Ventajas: el buzo abriga, los guantes también y la noche era gélida. Desventajas: alguna que otra dificultad para fumar con los guantes puestos, y el chori tenía un acre olor a goma y yuyo.
El Tomillo llevó un marco de cuadro, una peluca rubia y un sombrero colorido. Luego de deliberar un rato en el auto, decidimos que era un Van Gogh auténtico. La Negra no quiso perder el glamour que la caracteriza, asique lo único que hizo fue ponerse un chal sobre la cabeza que le daba cierto tono musulmán. Por supuesto los disfrazados de árabes se la querían llevar para el harén. Y bueno, tiene cara de turca (y se puso unas calzas que ni te cuento, ahuyaban los negros cuando le miraban el culo).
Describir la entrada a un lugar al que van llegando personas disfrazadas creo que está de más. Es evidente que el disfraz, la careta; deshiniben. Las sonrisas de las caras desconocidas mirándose sin pudor solo son posibles en una fiesta de disfraces. Es loco pero es así, con caretas la gente no te caretea.
Munidos de una generosa ración de choripán y fernet, entramos al salón donde el show sería grabado. Cámaras filmadoras en ángulos estratégicos y tachos de luces por todos lados. El salón que supongo era el de educación física de la escuela estaba repleto, nos sentamos en el suelo y enseguida comenzó todo. Los primeros en aparecer fueron un par de muchachos disfrazados de vecinas barredoras que hicieron un espectáculo cómico – musical digno de un pedido de bis, que el dúo aceptó gustoso. Luego un parate para salir a fumar con mi Negra musulmana y mi Van Gogh auténtico (y de paso calentarnos un poco el orto, que con el frío del embaldosado ya no sentía). En el patio, copas de plástico en mano, hicimos un raconto de los disfraces que la gente había elegido.
Debo decir que este muchacho sudamericano vió con alegría que nadie había elegido alquilar esos insulsos trajes de supermanes, gatúbelas, batmanes y robines. La gran mayoría estaba disfrazado de personajes originales o más que disfrazados luqueados. En mi afán de ser fiel al nuevo título que ostento de cronista de murgas, debo listar a los siguientes: escaladores de montaña, vaginas, dinosaurios, un trío de tetris, hormigas rojas, samurais, árabes, piratas, un numeroso grupo de chicas negras y amarillas que eran taxis –las emparejadas con bandera baja de ocupadas, las solas con la delicadeza de ostentar la bandera bien en alto y bien roja de libre-, hijitus, vaquitas, caramelos sugus, osos, y otro cuadro femenino que se decía Frida Kahlo, que enseguida traté de emparejar con Tomillo pero no logré más que una foto de ambas obras juntas.
Mientras nombrábamos y alabábamos los disfraces de los presentes, recordaba con ternura mi primer fiesta de disfraces, qué alegría en casa de Cacho con mi disfraz de payaso (Aún recuerdo cual si fuera ayer como aproveché lo holgado de mi pantalón para masturbarme descaradamente al menos tres veces frente a la madre de Cacho, que para cuidar el orden de la fiesta del nene se había disfrazado de enfermerita hot y debía acomodarse los pechos constantemente que pugnaban por reventar ese trajecito blanco y rojo que había sido hecho –a Dios gracias- para una mujer de al menos dos talles más chicos. “¿La estás pasando bien?”, me preguntó sonriente un par de veces, “estás un poco pálido, payasín”. Si usted supiera lo bien que la estoy pasando, doña…)
Y mientras seguíamos en el patio fumando, apareció desde un costado donde se habían estado maquillando y vistiendo los integrantes de la murga. La suerte estuvo de nuestro lado porque pudimos ver como iban tomando bríos detrás de los músicos para entrar al escenario. Y contagian, realmente fue imposible quedarse quieto escuchando la canción barrabravesca con la cual recorrieron el patio y el salón para terminar finalmente tomando posición frente a los micrófonos, luciendo el trabajo puesto en los vestuarios.
Reitero: me la hicieron fácil. Me tocó en suerte ir a cubrir un espectáculo que nadie debería perderse. La murga te enciende, te hace pensar, te hace reír, te hace mover. Los coros están perfectamente sincronizados, y las letras a la altura. Le dan por igual a peronistas, radicales, socialistas y comunistas. Se trata de la vida, se trata del barrio, se trata de una ciudad que grita su disconformismo y lo hace en forma impecable. Las alusiones a personajes conocidos de la ciudad (Jorge Boasso, Pablo Javkin, etc.) le dan un colorido extra y hacen cómplice al espectador del cántico artístico. Y el show termina con la murga completa bajando y mezclándose entre el público que baila y salta abrazando a los muchachos. Los vecinos, re contentos. Miento, el show no termina, termina la parte actuada, estudiada. La fiesta sigue con todos, es el sueño del pibe, la banda que no es banda sino fan, los muchachos que son barrabravas pero también jugadores, los que llevan los trapos son también los craks, somos todos.
Salimos para fumar nuevamente y saludar y felicitar a los conocidos, siento una rara sensación de figura cuando algunos me dicen “vos sos el que viene a escribir para la radio, ¿no?” Y como el chori estaba tan rico me pido otro, que estaba tan rico como el primero (ahora, mientras escribo estas páginas, lamento haberlo hecho, porque me pasa siempre por glotón, y al pobre inodoro le estoy sacando várices ya). Se acercó un muchacho con ojos perdidos a nuestro grupo y le larga a Tomillo: vos sos Andy Warhol. Tomillo levanta el marco de cuadro y le dice: no, soy Vincent Van Gogh. ¡Ah, un maestro fiera!, le dice el pibe. Charlan un minuto y cuando se va le dice: ¡nos vemos, Salvador, maestro! Nosotros ya entramos a esa fase de la noche en que por el alcohol (y las flores que fumamos, que eran potentísimas) nos reímos todo el tiempo, y ya la risa de uno dispara la risa de los demás. Yo me como el personaje de arquero y me paro en una puerta, agazapado.
La gente que viene caminando se da cuenta que elegí sus cabezas como balón que se dirige impetuoso a mi arco, y me trata de esquivar. La mayoría se vuelve por donde venía, imagino que habrán pensado que el gordito que está vestido de arquero se desquició, se quemó, se enloqueció. Yo me río y sigo tratado de atajar cabeza-pelotas (hasta que apareció la vampira, con sus dos balones en la delantera, y realmente no me quería perder ninguno de los balones, no me podía decidir y creía que no me alcanzarían las manos ante tanta generosidad de natura en esos pectorales. Pero la negra ya me miraba con cara de que me estaba pasando de chistoso, asique abandoné el arco).
Volvimos al salón, empezó la música de los Palmeras y se largó la fiesta. En ese momento pensé “con razón me llaman a mi, qué bien que le viene al ambiente rosarino contarme entre ellos. Acaso ¿Qué mejor que un negrito de zona sur para cubrir un evento murguístico? ¿Verían a un Culaciati, a una Viky Lovell, a un Lopez Puccio, a una Almagro Paz cubriendo semejante fiesta del pueblo? No señor, las murgas necesitan al morochaje sabalero. Y el pueblo necesita de estas murgas, de estas fiestas barriales que por suerte, han vuelto para quedarse.
Paul Caster, julio 2012