Músicas que brotan del exacto limo que la cola húmeda del río va dejando en la frágil y barrosa ribera. Canciones que nos marcan con fuego y barro, contándonos las historias que nunca nos relataron oficialmente, las pequeñas historias, pero no por eso menos importantes, la de nuestros litoraleños adorados, templando cuerdas mojadas con la pasión y romance del acuífero guaraní.
En el atardecer, las islas cabecean de sueño; es la hora en que los patos se sumergen en su fertilidad, combinando un planeo en apariencia azaroso, con una precisión de carta de vuelo documentada y fiscalizada al momento de llegar a su destino exacto.
Chacho miraba desde su chalana la esférica panza del río de cobre, entrecerraba sus ojos y su mente liberaba artilugios de poesía, sombras de belleza inmanente en los frágiles sauces; luces de la memoria extraviada en recuerdos de calles rosarinas del sur, donde la amenidad, las historias mitológicas y los fanatismos de salón, encontraban a una ciudad, a un barrio, que vivía festejando detrás de sus puertas; la Rosario verdadera estaba en la fiesta de la gente, en su intimidad bullanguera y solidaria. Lo escuchamos a Jorge Riestra, contarlo esa noche.
Era un día que traía una lluvia en apariencia frugal, aunque enmendada por una tarde de frescores recurrentes y pálidos cortocircuitos solares. Entre el camalotal extraviado se estiran con ternura los sonidos de una guitarra, un punteo salpicado de frescuras, de destellos de genialidad. Sus ojos son de cobre, de limo, de luna. Sus ojos abren huecos de luz en nuestros cuerpos.
Gracias a los músicos que nos prodigaron una noche de cálido homenaje, a ese hombre, al Chacho Müller, que hundía las manos en el Paraná y extraía corazones de armonías y de palabras. Luces en mis sombras, un día en que todas las cosas se desarrollaron perfectas: los amores, los sueños, los trabajos, los amigos. Una increíble sinfonía litoraleña se desarrolló por algunos momentos en el centro de Rosario. La lluvia había lavado la ciudad y nuestros pies saltaban por virtuosos ríos entre el empedrado. Las luces rebotaban sobre sus superficies pulidas y reflejaban las estrellas en el suelo. Estuvimos con Chacho, y él estuvo con todos nosotros. Quizás la magia estaba atenta ese día. No podría decirlo. Lo que sí, nosotros, salimos todos encantados.
Tiemblo por una pasión que no llego a comprender,
Poetisas de río.
Sergio Gioacchini: Nacido en Chabás (Santa Fe), es director de la revista de literatura Ciudad Gótica y la editorial del mismo nombre. Publicó entre otros: Viento y azar (poesía, 1989), Simple blues (novela, 2000; Primera Mención Concurso Novela Policial realizado por la Universidad Nacional de Rosario), Poemas erráticos (poesía, 2001), Fermento (novela, 2003), Poetas de Rosario: Desde la otra orilla (Granada, España, 2004), Mujeres golpeadas (narraciones, 2008). Colabora y publica en diversos medios. Participó en la organización del Festival Internacional de Poesía.