¿Qué sucede adentro de esas carpas enormes, rodeadas de carros, custodiada por tan singulares personajes? El circo es un lugar fantástico en la infancia de muchos de nosotros, en la de muchos de nuestros padres, en la de muchos de nuestros abuelos y en la infancia de la propia Argentina, ya que las primeras actuaciones están datadas en la década de 1830. Las carpas, los payasos, los acróbatas, los malabaristas, son casi tan históricos como nuestro propio país.
La literatura no podía dejar pasar la ocasión de meterse en la pista. En nuestra charla tomamos dos casos, muy diferentes entre sí. El primero es el de Rubén Darío, el gran poeta nicaraguense, que estando en Buenos Aires se hizo amigo de un famoso clown de origen inglés que actuaba en los circos criollos, Frank Brown. Y escribió estas líneas sobre aquel personaje entrañable: «Los que le conocen fuera de la pista saben que ese payaso es un gentleman; y que un artista, o un hombre de letras, tiene mucho que conversar con él. Sabe su Shakespeare mejor que muchos hombres que escriben. Es grave y casi melancólico, como todos aquellos que tienen por misión hacer reír. Hay que tener en cuenta que el arte del clown confina, en lo grotesco y en funambulesco, con lo trágico del delirio, con el ensueño y con las vaguedades y explosiones hilarantes de la alienación.»
El segundo caso que tomamos es la novela Royal Circus, de Leónidas Barletta, escritor del grupo de Boedo y fundador del Teatro del Pueblo. Barletta narra, desde sus inicios, las aventuras de un circo sin lujos ni pretensiones, como las decenas de van, aún hoy, de pueblo en pueblo por el interior de la Argentina. La decadencia y el absurdo son parte de asunto en Royal Circus, como reverso de quienes solo buscan, en la vida, provocar la sorpresa y la risa.