Siempre que le preguntaron por sus libros de literatura, el Negro Fontanarrosa se encargó de aclarar que era una actividad lateral, aunque no menos importante, de su actividad principal, la que le daba de comer, o sea las historietas y dibujos. Esa impronta se nota: sus relatos son muy desparejos. Los hay geniales y los hay plomos. Los hay desopilantes y los hay insoportables. No así con sus dibujos, que si bien alcanzan el cielo no suelen perforar el piso de calidad de uno de los historietistas más reconocidos y popular de la Argentina.
Pero sus relatos geniales son piezas inolvidables, livianas y sensibles, que captan una voz, una idiosincrasia y un punto de vista como nunca antes se hizo ni se hará. Para el rosarino es un deleite, para el hincha de cualquier club también, y para los lectores de literatura por supuesto que también.
Una teoría para esta Biblioteca Salvaje: los cuentos de Fontanarrosa se terminan de leer cuando se cuentan, en voz alta, a otra persona. ¡Salud!