Una novela potente e incómoda

Ariana Harwicz: “Pensar un tema me parece ajeno al arte”

LITERATURA
27 de julio de 2019

Libro: Degenerado de Ariana Harwicz. Texto: Lee el comentario de Marcelo Bonini. Audio: Escuchá la columna en la radio de Bernardo Orge, Marcelo Bonini y Bernardo Maison. Foto: Hugo Passarello Luna.

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No solo el título de la nueva novela de Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), sino también la imagen de su portada hacen que sea un libro difícil de leer en el transporte público o en un bar acompañado de un café o alcohol. El adjetivo que da nombre a la narración (Degenerado) se completa con la imagen de una liebre que cuelga boca abajo; a la izquierda de esta, colgada del mismo gancho, vemos lo que parece ser la mitad del interior del animal. El simpático animal, aparentemente ya muerto y embalsamado, está acompañado de un pedazo informe de carne, grasa y hueso. Si dejamos puesta la faja azul que delata el carácter de novedad y acompaña a la novela (“La historia de un proceso judicial que muestra a un hombre enfrentado a toda una sociedad”), las miradas se posarán tanto en el libro como en quien lee.

Un hombre viejo, de unos setenta años, inmigrante de origen judío, que reside en un pequeño pueblo rural de Francia, viola a una niña, hija de sus vecinos. Lo detienen, lo enjuician (él decide representarse a sí mismo durante el proceso) y se dicta una condena. Antes, durante y después de los hechos, este personaje sin nombre recuerda su oscura y abusiva infancia durante la Segunda Guerra Mundial y el vínculo con su madre y su padre.

Sintetizar así el argumento de la novela de Harwicz sería, además de ocioso, de una deliberada mala fe. El modo de narrar de Harwicz hace que se fundan la voz del pedófilo, la de sus padres, la de sus vecinos (a favor o en contra suyo), la policía, los familiares de la niña e incluso la de la jueza que dicta su condena. Degenerado no es una novela de intriga narrada de modo cronológico (¿qué evento del pasado llevó al protagonista a semejante aberración?, ¿cómo lo capturan?, ¿cuál es su condena?, ¿cuáles son los efectos sociales del caso?) ni tampoco una novela de tesis sobre la pedofilia.

El modo de narrar de Harwicz hace que se fundan la voz del pedófilo, la de sus padres, la de sus vecinos (a favor o en contra suyo), la policía, los familiares de la niña e incluso la de la jueza que dicta su condena.

“Pensar un tema me parece ajeno al arte”, dice la autora en una entrevista disponible en youtube. Claramente, para la sólida postura de artista de Harwicz, un tema parece suponer una moral y una petición de principios que clausurarían una obra de arte. Lo que sí hay son ideas (¿reflexiones?, ¿pensamientos?) acerca del deseo, su represión y la hipocresía que conlleva. Con destreza, Harwicz evita tanto la moralina como el escándalo fácil que traería la escritura acerca de un asunto abyecto y logra la proeza de que su novela no resulte indiferente. La voz alucinada y contradictoria del narrador, quien por momentos intenta justificarse a sí mismo (“la culpa es colectiva”) y a veces pone en duda que haya violado a la niña (“hay que ser idiota para hacer eso de lo que me acusan”), es la ficha más fuerte que juega Harwicz, tanto ideológica como literariamente.

En 1987, el actor Sean Penn entrevistó al escritor Charles Bukowski para la revista Interview, propiedad de Andy Warhol. Allí, el narrador declaró: “Escribí un cuento (“El malvado”, incluido en La máquina de follar) desde el punto de vista de un violador que viola a una niña. (…) Me entrevistaron y me preguntaron ´Te gusta violar a menores?´, y yo les respondí `Claro que no. Fotografío la vida.´” Por supuesto, la condición de varón y, más aún, el hecho de ser Bukowski, le trajeron al autor varios problemas y acusaciones.

Harwicz nos incomoda doblemente al componer la voz de un pedófilo y sugerir que todo castigo es, en el fondo, ejemplar y a la vez también un crimen. El trato que se le da al acusado durante el proceso (días sin agua, confinamiento en celdas pequeñísimas y mugrientas) da cuenta de esto. Degenerado, más ambigua y con el beneficio de una extensión mayor que el relato de Bukowski, jamás pone en suspenso el hecho aberrante que supone la pedofilia, pero no nos ofrece una versión estetizada de una moral o ideología bienpensante. Es decir: sí, la pedofilia es cien por ciento condenable, no hay dudas, pero Harwicz desafía a los lectores (¿y por qué no a otras escritoras y escritores?) al poner un discurso revulsivo en boca de su personaje, quien postula, por ejemplo, que el deseo es el deseo y no se lo puede legislar o que el sexo desviado es un instrumento de lucha contra el sistema.

En Saint Satur, pueblo francés a 200 km de París donde reside la autora desde 2007, se levanta una voz diferente, no solo en términos narrativos, sino ideológicos. “Me interesa lo que pasa hoy con el varón cómo género”, declara en una entrevista, para confirmar que, al menos de un modo tangencial, la novela de Harwicz interviene también sobre la agenda feminista actual.

 

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