En mayo de 2014 el sello editorial Neutrinos publicó 40 velocidades. Colección de poemas en bicicleta: 40 textos –de 40 autores distintos– que involucran de una manera u otra por lo menos una bici en su desarrollo. En realidad, casi seguro 40 bicis distintas.
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Una bicicleta es una máquina de producir poemas. Y esto por un motivo más físico que romántico.
Imaginemos un trayecto X. Una calle que tiene al costado primero un perro que renguea entre los durmientes de una vía, después la barrera del paso a nivel, después un vendedor de tortas asadas parado en la esquina, después una montaña de arena, una pila de ladrillos, un volquete, alambres, marcos de ventanas, escombros y persianas, todo en la puerta de una obra, después unos fresnos, unos plátanos, después unas casas grafiteadas, después una estación de servicio, el chasis carcomido de un auto abandonado, dos chicas tomando mate en un umbral, después dos chicos fumando en cuero en una esquina y al final un albañil parado en la puerta de un kiosco.
Dado este trayecto podemos pensar en tres maneras distintas de recorrerlo: a pie, en auto o en bici. Claro que hay muchas más, pero estas tres son ilustrativas. Veamos cómo una misma persona percibe las cosas que se le presentan en el camino según cada caso.
La velocidad promedio de un peatón cualquiera oscila entre 3 y 4 km/h. Así, nuestro conejillo de indias, en el mejor de los casos ocioso y encendido para la observación, puede recorrer el trayecto X prestándole atención a todos los mojones mencionados en el itinerario e incluso descubrir nuevos detalles e interactuar directamente con las cosas que le van saliendo al paso. Puede ponerse en cuclillas, por ejemplo, llamar al perro, acariciarlo y revisarle la patita lastimada, puede pedirles un mate a las chicas, quedar en ridículo diciéndoles no sé qué cosa de lo loco de las ramas de los fresnos, entrar a comprar puchos en el kiosco.
A la noche, puesto delante de la computadora, las impresiones de la caminata probablemente se le presenten como un material preciosísimo pero inabordable. Una cantidad de estímulos y una riqueza de detalles tal, que la selección –que necesariamente se opera durante la escritura al mencionar esto sí, esto no– puede resultar angustiosa para aquel que tenga pretensiones de exhaustividad referencial. El problema de Saer, sí.
Walser dice: “no comprendo ni comprenderé nunca que pueda ser un placer pasar así corriendo ante todas las creaciones y objetos que muestra nuestra hermosa Tierra”
Pero también el problema de Robert Walser, adicto a las caminatas, que en su libro El paseo no puede terminar de nombrar una cosa que ya está escribiendo otra en el intento de ser justo con todo lo que ve: “Venteo algo de un librero y una librería; asimismo, según intuyo y noto, pronto habrá de ser mencionada y valorada una panadería con jactanciosas letras de oro. Pero antes tengo que reseñar a un sacerdote o párroco. Un químico del Ayuntamiento pasa pedaleando con rostro amable pegado al paseante, es decir, a mí, al igual que un médico de guarnición. No se puede dejar de atender y reseñar a un modesto peatón…”. Como todo lo impresiona, Walser quiere nombrar todo.
En cambio el que hace el mismo recorrido en auto no le presta atención a casi nada. La velocidad no lo deja. Si un peatón avanza 4 km/h, un auto circula 10 veces más rápido. De ahí que si una persona de a pie podía atender a los 20 mojones de arriba, la misma persona en auto solamente puede focalizarse sobre 2 o 3 cosas del recorrido, difícilmente más. Probablemente note la vía cuando le toque cruzarla, la estación de servicio si no le queda mucha nafta, el kiosco del final. Lo demás probablemente pase por el parabrisas como un manchón, un pedazo de ciudad más, no muy distinto de otros pedazos de ciudad con las mismas características.
Cuando se cruza con unos autos, Walser dice: “no comprendo ni comprenderé nunca que pueda ser un placer pasar así corriendo ante todas las creaciones y objetos que muestra nuestra hermosa Tierra”. La ecuación cambia un día de tráfico, claro, pero no nos metamos en eso.
La bici, en cambio, es el equilibrio perfecto. Una bicicleta triplica o cuadruplica la velocidad de una persona a pie. Haciendo la cuenta, 20 dividido 4, tenemos que alguien en bici puede prestarle atención, según este ejemplo, a más o menos 5 cosas de las que se presentan en el trayecto que imaginamos. Un número perfectamente manejable de impresiones que, además, se acomodan fácil en la linealidad de la escritura por sucederse también linealmente durante el recorrido en bici. A la noche, nuestro conejillo de indias podría sentarse a la computadora, hacer un breve ejercicio de memoria y escribir con tónica realista algo así:
Gravedad de las cosas menores:
la pata lastimada de ese perro que me miró
mientras cruzaba las vías.
Ladrillos, alambres retorcidos, persianas,
frentes de casas con sobreimpresión de pinturas,
la gorra de un obrero saliendo detrás
del cartel giratorio de un kiosco…
En ese caso estaría escribiendo parte del poema “Muy de amor”, de Francisco Garamona, incluido en 40 velocidades. Y además estaría de buena disposición por el ejercicio y le sobrarían los pesos que ahorró en combustible para comprar una cerveza.
"...los textos no tematizan la bici sino más bien la serie de relaciones que cada quien tiene con la suya, con las bicis en general, con las que ve por ahí, con lo que hace cada uno gracias a una bici. Un amor recíproco –porque la bici no se sostiene en pie sin su jinete– similar al que dicen que se da entre un caballo y un hombre..."
Por todo esto, quizás, la preposición en del subtítulo del libro, colección de poemas en bicicleta, no sobre bicicletas (aunque también podría ser), no de. Porque los textos no tematizan la bici sino más bien la serie de relaciones que cada quien tiene con la suya, con las bicis en general, con las que ve por ahí, con lo que hace cada uno gracias a una bici. Un amor recíproco –porque la bici no se sostiene en pie sin su jinete– similar al que dicen que se da entre un caballo y un hombre. Y que muchas veces termina con la bicicleta bautizada con nombre cristiano –Lizzie McBici, la de Tilsa Otta, por ejemplo, según escribe en su poema.
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Excepto los poemas de Daniela Pasik y Daiana Henderson, en donde el referente se dilucida a partir de la anécdota y las pistas sembradas por el uso de la jerga –bicisenda, rueditas…–, todos los textos mencionan explícitamente la cosa en cuestión.
“Bicicleta”, dice la gran mayoría de los autores –“Para conquistar me agrada / desplazarme en bicicleta”, Francisco Gandolfo; “El pueblo es mío en bicicleta”, Roberta Iannamico. Pero a partir de la mitad del libro, a medida que se acorta la edad de los poetas, campea el apócope “bici”, más familiar y afectivo, sonoramente más delicado –“Cuando vuelvas a tu casa en bici / después de un día de trabajo / no esperes calles vacías”, escribe Sebastián Morfes; y Cecilia Moscovich: “Ando en bici por la Setúbal / el sol estalla en el agua / y la música en mi alma”.
A este cambio denominativo lo acompañan otros: empiezan a aparecer playeras, moutain bikes, las bicis son atadas, robadas, etc. Las bicicletas viven el tiempo que les toca y de eso también hay una muestra en la antología. A manera de prólogo 40 velocidades incluye un fragmento del teórico de la comunicación estadounidense Marshall McLuhan que explica el desarrollo de los distintos medios de transporte como extensiones del ser humano.
“Las transformaciones de las tecnologías tienen un carácter de evolución orgánica, ya que todas son extensiones de nuestro ser físico”, dice. Los cambios en la literatura también obedecen a una evolución orgánica porque también ella es una extensión de nuestro ser físico, músculo y seso. Esto quiere decir que si cambiamos también cambia la literatura y que si cambia la literatura nosotros cambiamos. Y también que todo intento que no responda a una evolución orgánica, por inauténtico o por experimentalista, significa poco.
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Más allá de la variedad de estilos y de las distancias formales que pueda haber entre los textos, el libro es un encanto tanto para los amantes de la poesía como para los amantes de las bicicletas en general. Si todavía existe gente que se resiste a las bondades del ciclismo, la antología aporta 40 argumentos convincentes para sacarla de su error.
Los responsables de este prodigio son los poetas Cristhian Monti y Daiana Henderson –que además aporta el poema que cierra la serie–, los editores de Neutrinos. Este sello, originario de La Paz, Entre Ríos, desde hace un tiempo hace sede también en la ciudad de Rosario, y desde las dos localidades viene editando poesía de la región, el país y el mundo –la peruana Tilas Otta, el puertorriqueño Luis Chaves y el español Pablo Fidalgo figuran en su catálogo.
La selección que hicieron para 40 velocidades es cronológica y geográficamente amplia. Las fechas de nacimiento de los 40 autores abarcan un período de tiempo que va desde 1921, año en que nació Gandolfo, a 1988, cuando nació Henderson, lo que de alguna manera prueba la salud a lo largo de la segunda mitad del siglo XX de la estética de corte referencialista que propone la antología. Pero además, el libro incluye autores de distintas partes de Argentina, desde Neuquén a San Juan, y algunos extranjeros –de México, Paraguay, El Líbano y Perú–, cosa que demuestra el vigor federal de la poesía de nuestro país y, lo que es más importante, la vigencia de la bicicleta en todo el mundo.
B.O
En Rosario, el libro se consigue en el Club Editorial Río Paraná (Galería Dominicis, Catamarca y Corrientes) y Buchín Libros (Entre Ríos entre Córdoba y Santa Fe).
"Oh voy a ser tu poeta, mi gran amor bicicleta" (Fragmento de Oda a mi bicicleta de Martín Buscaglia)