Vuelvo a casa cuando amanece
y me quedo siguiendo la noche
en el patio.
Dos toallas tendidas
para secarse entre dos sillas
están abiertas al sereno de la madrugada
y esperan, húmedas, la mañana.
Las plantas, todas en un verde oscuro
me piden un poco más
una lluvia de manguera
o del cielo.
La gata baja del techo, se mete en mi cama
a dormir con toda
la frescura de las sábanas.
Abro la heladera, saco hielo
los dedos me quedan fríos
no los siento cuando los miro
era lo que necesitaba
y me como y me lastimo
donde termina la uña
y empieza la piel.
Pienso en mis amigos
que están lejos
en los novios que tuve
hasta no hace tanto tiempo
espero que todos estén bien
no sé si logro comunicarlo.
El teléfono está sin batería
igual no debería
escribir a esta hora.
Quiero ordenar las macetas pero dejá nomás
está todo enredado
ramas, cables, yuyos
tiro de un lado
y se hace un nudo del otro.
No anda nada y no sé
si quedarme o irme
ni la gata ni las plantas
me sostienen
y yo tampoco quiero
molestarlas.
Me voy a sentar en el piso a comer fruta
si alguien me espía
desde el pasillo
con el ojo metido en la cerradura
va a ver mis rodillas contra el pecho
y la mano cargando un bocado
rojo hasta la boca seca.
Miralo al lapacho blanco
ilumina la cuadra
desde el patio
del Colegio Nacional.
Si doblás en la esquina
y caminás, ves primero
la pintada que reza
con ese magnetismo
que sigue
bajando
y en la mitad
de la vereda
las flores que brillan
como si soltaran el humo
después de haber fumado
durante todo el día.
Claro, ahí era antes
el Cementerio Municipal
en pleno centro
en cambio ahora
pusieron a los muertos
en el oeste
donde corresponde
por donde entró el agua
y se caen los panteones.
Mientras, el lapacho
florece con luz blanca
y marca el camino
a casa.
Modelaje
Dos bombuchas metidas en el corpiño
de la malla armaban el escote
en los desfiles que hacíamos
al lado de la canilla del patio
sobre la pasarela diminuta
que nos dejaban los chicos
jugando al fútbol.
El estilo pasaba
por la combinación de colores y
a la que se le pinchaba una teta
la aplaudían, empapada.
Yo, que no iba a tener nunca
esa delantera
ni todo lo demás
practicaba
para no hacerme
tanto problema.
Arrancar
Lo mejor del desayuno
es sentarse arriba de la mesada.
El cuerpo se despierta
con el frío del metal
y desde ahí se ve justo
cómo el pequeño sol
que llega hasta nuestra cocina
comienza a hacer
efecto en las cosas.
El vidrio brilla en la puerta
y del otro lado
la luz del día
empieza a llenar el lavadero.
Tengo el ángulo justo para cebar
y apoyar el termo al lado
y en la cocina se reúnen
las tres únicas soluciones
que encuentro últimamente
para algo
agua hirviendo,
sol
y detergente.
Plano
El final del día
se espera
en las bolsas de los ojos
entre las esquinas
hay rincones oscuros.
Esto no es un pueblo
con sillones y bicicletas.
Un tipo llega al kiosco
con un envase en cada mano
su cuerpo se balancea
por el peso de cada porrón.
Desde un auto suena
la bocina
el tipo y yo
giramos las cabezas.
La noche es corta y voy
a un par de calles de mi destino
la mochila me tira un poco más de un lado
porque nunca quedan iguales las correas.
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Agustina Lescano nació en Santa Fe en 1992. Publicó “Se rompió la máquina” (4ojos, 2015) y “Nena” (Corteza, 2016) y un título dentro de la colección "Dos poema"s de Ediciones Arroyo. Es narradora oral escénica, estudia Comunicación Social y ha colaborado en distintos medios gráficos y en radio. Coordina un taller de escritura junto con Larisa Cumin. Por “Nena” recibió el Premio Provincial de Poesía José Pedroni. Participó como invitada del Festival Internacional de Poesía de Rosario en 2017. Forma parte del grupo de poesía La Chochan, que organiza trasnoches de poesía, música y editoriales; y del grupo Maraña, de narración oral.