SERGIO TAGLIA

POETAS DEL PAÍS
7 de noviembre de 2017

 

Terminal

Olor a frito y café el agua la cruza por partes
encuentra su ubicación lo inhabitual en su demora permanece
y lo que siempre llega no se puede ver
el que debe gritar lo hace también hoy
el que solo escucha mira hacia un punto fijo
no se sabe si es la esquina o el baldío de algún local
tampoco él lo sabe y el efecto de su mirada se diluye
olor a estar en distintas piezas apartado
la visión de alguien que vio en el día muchas cosas
su mirada y su visión son telas que se mueven con el viento
los objetos y lo que se dice le llegan sinuosos, con ondas e intervalos
la calle para él es un leve cambio que se eterniza
el que grita lanza su voz sin dirección
llega a cada caminante pero se pierde
y por eso es una tela también que se ha roto 
las curvaturas de la audición nada pueden hacer por ella
el que grita el que escucha 
la experiencia es un centenar de piernas
que busca alcanzar el escaño del colectivo o hablar y hablar
mientras los bolsos golpean las caderas
mientras los portafolios golpean las camisas
el borde de una reja está negro y el centro gastado por las manos
esta calle tiene olor de sol de mediodía y hospital
que al atardecer y a la noche queda pegado a las baldosas de enfrente
es un espacio abierto un recipiente la vena que busca el cielo para humectarse
ser del tamaño de un dedo que tapa el sol
los vendedores los africanos los ajedrecistas los que duermen surcados
los paseantes el desnivel lo incompleto la hora hueca y gris
esta calle tiene ese olor y su belleza responde a la noche desierta
esta calle está meada absorbida por el calor.

 

Testimonio desde un barrio bordeado por el campo

Una tarde cuando volvía del trabajo vi
animales muertos
perros, caballos, vacas y palomas
la sangre que salía de sus hocicos y de sus picos era verde
vi el cielo verde y la sonrisa de Dios
yo era un elemento que trataba de existir
era todos los oficios y sus empleados
el empleado gris y la empleada gris
esos animales muertos me miraron y empezaron a gemir
el campo se contrajo en sus extremos y pude ver
cerca lo que estaba lejos y eso me perdió
sentí mi cuerpo rasguear el atardecer y sus filamentos
salté solo por creer que tenía conciencia en mis piernas
al caer sentí el peso de la tierra en mis talones
vi las casas, las primeras luces en sus ventanas
e imaginé la gente adentro haciendo una comida
olvidé los animales y me quedé parado, los ojos
en lo negro del cielo que empezaba a aumentar, el cielo
a escasear.
Al llegar a casa me dolía la garganta
como si fuera a resfriarme y mis hijos habían muerto.


El sin roce

Entre cobrar y dar el vuelto se escapan las palabras
los versos dedicados a la ciudad
a la estampa de edificios fuera del todo
la mujer quejosa por un viejo problema
el vecino que no puede estar tranquilo
habla con uno, con otro, sobrio hasta el límite
de mi inútil ebriedad,
entre callejones inventados
en los que sólo diera el sol a la siesta
de la manzana negra por colectivos, ciclomotores y camiones
se van las palabras hacia 2 km. de impensada acción
en la quietud del sol de invierno
se va con las palabras la cuenta
vuelve con ellas la coherencia
techos salientes de la tarde
pero sigo cobrando y dando el vuelto
lo que fue hoy pasa mañana
mientras ese edificio con solo el cielo detrás
ignora más allá suyo el universo.

 

 

Sergio Taglia nació en Neuquén en 1975 y vive en Mendoza. Es Poeta, traductor, docente y librero. Enseña francés en escuelas secundarias, y tiene un puesto de libros en la Alameda de la ciudad de Mendoza. Entre sus libros de poesía figuran El río imaginario (Neutrinos, 2015), La silla en el espacio (2013), Este brazo no es mío (2003), Folklorista de mí! (2003). Forma parte de 53/70. Poesía argentina del siglo XXI (Festival Internacional de poesía de Rosario)

 

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