EL COMPOSITOR Y CANTOR DE TRASLASIERRA EDITO GAJITO I` LUNA. CELEBRA A LA GENTE, EL PUEBLO Y LA NATURALEZA. "CUANDO UNO VIVE EN EL PAISAJE EL AGUA ES LO QUE NOS CUIDA".
Jose Luis Aguirre es cordobés y cantor. Dejando la capital mediterránea atrás, ahora volvió a vivir cerca de los cerros, donde nació, en Villa Dolores, corazón del Valle de Traslasierra. Desde allí es que canta, dice, “siempre plantado desde las sierras”. Anduvo de visita por Rosario y en charla con nuestro programa nos contó sobre su último material discográfico, Gajito i’ luna, editado recientemente y casi sin querer. “Fue un empeyón de cosas que pasaron y que las tuve que plasmar en canción”, comentó.
Así surgieron composiciones nuevas que retratan, como ya bien lo ha hecho en su primer disco Pintura de pago chico, su tierra cordobesa, sus valles, pájaros, ríos y quebrachos; y su gente, aquellos niños de las escuelas sierra adentro, los trabajadores de la tierra o Don Marcos Domínguez, ese anciano sabio del Cerro Champaquí. Así renacieron también composiciones viejas, poesía dormida que ya era tiempo de soltar, de dejar ir, tal cuál confiesa el autor: de cortales el cordón umbilical. De esos trazos está conformado este nuevo material; y de José Luis, que canta con la erre arrastradita como si esa tierra de las sierras se le hubiese metido entre los dientes. Y recuerda, siempre, al oído de quién escucha, la identidad hecha voz.
Aguirre tiene hoy 31 años, dos hijos y trabaja como docente de música en escuelas y en la universidad. Es además, el director del Coro de Villa Dolores e integrante del trío Los nietos de Don Gauna y de Verde Seco, agrupaciones de raíz folklórica y latinoamericana. Sus dos discos solistas editados, Pintura de pago chico y Gajito i’ luna, cuentan con composiciones propias. Guitarrista, cantor y compositor, Aguirre se erige como uno de los grandes exponentes jóvenes del folklore nacional, ensanchando el cancionero popular con nuevos vientos copleros.
En esta charla cuenta de sus canciones y porqué entiende a los asados como el espacio neurálgico donde germina la poesía popular: “yo he dejado muchas canciones en el tintero porque no pasaron la prueba de los asado”, dice y se ríe. Habla además del amor por la naturaleza, de su manera de hacer canciones y de que “hay que romperse”, dejar de lado la búsqueda implacable del ser para dejarse explotar, transitar la experiencia casi como un niño, jugando. De allí que se animó, por ejemplo, a dibujar y diseñar la gráfica de su disco sin ser diseñador ni dibujante. Con cierta idea de circularidad se reclama parte de una saber ancestral y así despoja ataduras. “Uno va aprendiedo y le van llegando cosas que después trasmite pero que no le pertecencen”, dice. Aguirre se anima y hace, plantado en pies y raíces.
Cuando cantás a veces tenés como un ataque al estilo Miguel Abuelo, cuando se pone más que visceral…
Qué bueno lo que decís. Creo que una de las cosas más importantes, junto con el amor, es la naturaleza, que también es amor y creo que en este momento hay que ser visceral, ya no hay que ser más músico. Cuando uno vive en el paisaje, el agua es lo que realmente nos cuida, nos da la vida y hay que salir a defenderla con los botines de punta.
¿Te volviste a la naturaleza, al pago chico?
Si, estoy viviendo en las sierras. Construyendo, viviendo, criando los hijos y armando mi vida desde ahí, desde las sierras de Córdoba.
Y es mucho más, nombrás personas, el amor, la naturaleza, ciertas escenas de la vida en el pueblo chico…
Sí, es la diferencia entre este disco y el anterior, que me volví a las sierras después de estar varios años viviendo en Córdoba, volver al paisaje. Igual hay temas como “Don carnaval” que hablan de nuestra patria, que es Latinoamérica, de viajar…pero siempre plantado desde las sierras.
¿Cómo fuiste construyendo el disco?
Hay cosas que quedaron fuera del disco anterior, cosas que salieron hace muy poquito. La verdad yo no pensaba grabar, y fue un apurón de la vida; diferente al disco anterior que fue hecho tranquilito, ensayadito. Este fue un empeyón de cosas que pasaron y que las tuve que plasmar en canción, entre ellas hubo cosas viejas y otras muy recientes. Fue una mezcla de tiempos.
Pensaba en tu música y las metáforas que usas, el folklore es muy metafórico…¿son trabajadas literariamente las metáforas? ¿Eso se labura mucho o sentis que lo tenés incorporado?
La verdad que no entiendo las cuestiones técnicas, no me las pongo a pensar. Uno ya trae un montón de cosas que no le pertenecen, trae gente, música escuchada y simplemente con esfuerzo van surgiendo cosas que pasan a través de uno pero quizá no le pertenecen, creo que atrás de lo que uno dice están los cantores de la tierra que te fueron influenciando y salen con ese lenguaje. Creo que también hay muchas formas, en este disco yo he plasmado una forma de hablar, tengo otras cosa que no tienen nada que ver, que son mucho más experimentales, que son menos populares. Creo que uno va jugando, no hay que encerrarse en un solo lenguaje, no hay una sola manera de hacer las cosas. En este disco por ejemplo se me ocurrió hacer los dibujos, la gráfica del disco y salió de mi alma sin saber, sin embargo yo sabía que detrás mío estaban la Violeta Parra que hacía las cosas sin saber, simplemente las hizo. Creo que no hay una forma, no me gusta ponerme esa camisa, me gusta jugar.
¿Cómo vas resolviendo cada tema, rápido o aparece un motivo, un pedazo de letrra?
Uno no la suelta, les corta el cordon umbilical; nunca se termina, entonces en un momento tenés que soltarla. Hay canciones que se resuelven rapidísimo y otras que estás años con media canción y en un punto en que te olvidaste, apareció el estribillo y la poesía que te faltaba. Yo no tengo una manera de componer, a veces empiezo con la música y le voy poniendo letra. Otra vez sale la letra, a veces van juntos, a veces tarda años. Creo que el punto cúlmine es cuando uno más o menos se siente cómodo y lo largás al mundo.
En el poema “Resistencia” me gustó mucho lo del “nuevo cancionero de los asados”…uno piensa, dónde se cocina el nuevo cancionero y claro…¡en los asados!
Creo que no sólo eso, creo que es el lugar, el momento. No es un festival donde hay mil personas, es donde están los amigos escuchándote, donde te pueden destrozar tranquilamente y a veces no salís airoso; yo he dejado muchas canciones en el tintero porque no pasaron la prueba de los asados. Creo que en esos lugares son los que hay autenticidad y sigue latente la cultura, hay patios, lugares que no están en el calendario cultural, ahí es donde yo sigo escuchando las canciones y vienen los changuitos con la guitarra al hombro, esos son los lugares valiosos donde sigue la cultura latente, porque es muy espontáneo, no hay micrófonos, no se cobra entrada, es estar por el placer de estar.
Volviendo al disco, además de tu trabajo con la guitarra, hay otros instrumentos…
Sí. Son todos amigotes que se prendieron a grabar, a hacer un disco que fue grabado en un mes y fue un trabajo muy en el estudio, de juntarnos, resolver y tocar. Para que alguien se anime a eso tiene que ser un amigo que te conozca la manera de trabajo de uno. Por suerte tengo grandes amigos, grandes músicos que además de leer los arreglos que uno hace, les dan el vuelo personal o directamente una improvisación. En “Peña La Pirincha”, ninguno sabía lo que iba a tocar. Fue adentro del estudio, les tendimos una trampa con el Guille que es el operador, los hicimos entrar a las 10 de la noche sin comer y con la promesa de una pizza. Les servimos un fernecito y entraron a chupar los muchachos, más o menos nos pusimos de acuerdo en los acordes, pero no sabían el tema y fue muy espontáneo (risas)
¿Los niños que grabaron sus voces en “Agüita que va...” son los niños con los que trabajás vos?
Esos son niños de escuelas rurales donde doy un taller de canciones, yo voy a aprender pero ellos dicen que doy un taller. Eso fue grabado en las sierras, donde viven ellos. También hace poco grabamos un disco con los chicos con todas canciones que escribieron ellos.
¿Cómo se llama el tema en que fuiste a encontrarte con un paisano?
Es el tema “Más de cien inviernos”, está dedicado a Don Marcos Domínguez que tiene 108 años de edad y vive en el Champaquí. Fuimos a visitarlo, lo filmamos, lo hicimos charlar un poco al viejo para que lo conozcan abajo. Un viejo sabio de nuestra tierra, casi un milagro.
foto: Guara Calvo. Texto Lara Pelegrini. Entrevista De Ushuaia a la Quiaca