Ese “asuntó” en el que mucha gente “ha estado trabajando” es el chamamé, o para ser mas precisos -y abarcativos a la vez-; la música del litoral, y quien se reconoce como parte de ese grupo que ha puesto manos a la obra sobre ese reservorio, es el acordeonista Lucas Monzón. Mas allá de su asunción como uno mas en este presente fructífero de instrumentistas, poetas y compositores de Chaco y Corrientes, su reciente trabajo Noctambulo, lo individualiza como un creador inspirado.
Nacido en Charata y criado en Hermoso Campo, el músico de 30 años combina en su repertorio temas propios (Aurora, Noctámbulo y Tacuarita) con piezas de Horacio Castillo (Chamigo Fulvio), y Alejandro Ruiz (Río de oro). Es su acordeón de alto vuelo quien nos guía por todo el trayecto musical, aunque resalta la formación de cuarteto que integran además los guitarristas Patricio Hermosilla y Omar Mambrín, y el percusionista Uly Gómez. Los invitados son Cecilia Pahl y Germán Kalber (voz), Alejandro Ruiz (guitarrón y bajo fretless) y Coqui Ortiz (guitarras).
Desde Resistencia (Chaco) donde reside, Monzón contó en De Ushuaia a la Quiaca que en esa ciudad “el ambiente es propicio para que uno pueda generar cosas interesantes” y agregó: “Por suerte se ha formado un público muy interesante. De un gran número de gente que está interesada en las nuevas propuestas, en escuchar buena música. No solo me van a ver a mí sino a todos los músicos que andan tocando. Hay mucha diversidad, en una noche te vas a un lugar y están tocando jazz, y en otro lado bossa nova, y en otro chamamé y en otro folclore. Es como un puñado de cosas lindas que están sucediendo”.
NOCTÁMBULO
Cuando tuvo que dar una definición sobre el titulo elegido para el disco, Monzón expresó: “Creo que tiene que ver con lo que es uno, porque uno tiene su historia, su lugar, tiene su paisaje, y todos esos colores viven dentro de la música. Fue un momento de mi vida la parte nocturna. En este caso particular las composiciones tienen que ver con un estado anímico, un estado de desarraigo, de incertidumbre, pero tiene esa cuestión del paisaje, que yo lo traigo conmigo desde que tengo uso de razón, es algo que late adentro, así fue siempre”.
Forjado en toques desde los cinco o seis años junto a su padre, como por vía académica al estudiar piano clásico en el Conservatorio Beethoven, a eso se le suman una buena cantidad de discos en lo que grabó Monzón. Seba Ibarra, Guauchos y su grupo Amandayé son algunos casos. “A mi me costaba armar mi grupo, yo tenia la prioridad con Amandaye, pero venía haciendo mis composiciones y venia pensando en eso”.
Uno escucha tu disco junto al de otros músicos de la zona, y se nota que conocen a los pilares del litoral pero a la vez han renovado esa tradición y han aportado lo suyo…
Sí exactamente, acá hay mucha gente que ha estado trabajando sobre el asunto. Básicamente con eso tiene que ver el disco que grabé. De haber invitado a esa gente con las cuales yo me relacioné, y compartí momentos muy gratos de conversaciones y música. Uno al juntarse con gente así redirecciona las cosas y empieza a descubrir otro entorno, otro mundo. Por eso están invitadas personas como Coqui Ortiz, Alejandro Ruiz, Germán Kalber, Patricio Hermosilla u Omar Mambrín que aportan sus instrumentos. Gente que ha estado participando muy activamente de la música folclórica, pero desde un lugar muy sensible.
“En el mismo repertorio nosotros tratamos de que la estética que estamos presentando tenga que ver con la música”, contaba el músico y ampliaba: “Nos hemos explayado y los seguimos haciendo, tocando otras músicas, investigando otros lenguajes, entonces muchas veces se ve complicado tener que limitarse a trabajar sobre un género determinado, en este caso el chamamé o rasguito doble. Con la necesidad de pensar si es tan necesario tener que construir sobre un género tan conformado como esos estilos. Entonces después la cosa ya empieza a tomar otro color, no nos ponemos a pensar “eso no es chamamé o eso no es rasguito doble”.
“De esas costas vacías me quedó sobre todo la abundancia del cielo” comienza magistralmente el escritor Juan José Saer en su novela El entenado. A Lucas Monzón parece haberle quedado en algún lugar de sus sensibilidad la quietud de la noche, el frenesí de la historia litoraleña. “Es ese cuento que uno tiene para contar que de repente tiene un montón de historias hiladas. Apostamos a universalizar esto que estamos haciendo musicalmente, que de repente puedo tomar aire de chamamé como de otras cosas que hemos escuchado por ahí”.