El guitarrista, compositor y cantor tucumano toca en El Aserradero su repertorio y el de los clásicos. Aquí habla de una tradición que persiste y se renueva.
Por Lara Pellegrini
Al parecer los tucumanos también son querendones con la tierra y saben, que cantar se puede cantar de muchas maneras, pero no hay como quién canta con toda la tierra adentro. Cuántas coplas recuerdan a sus cerros y paisajes, a esa lunita que abriga al caminante, a las moreras, a las zambas y a aquella mocita traidora que mejor te salve el diablo si te roba el corazón. La música, el arte, es también una apuesta al lugar, un homenaje. Por más camino recorrido y vueltas del destino, uno siempre viene de algún lado y eso, quién aprendió a amarlo, lo porta con orgullo. Lucho Hoyos nació en Tucumán y a Tucumán le canta, con la guitarra encendida y la garganta riada de querencia.
“A los 6 años mi abuela me regaló una guitarra”, cuenta, “y a mi hermano un televisor. ¡Le cagó la vida!” exclama con la boca enorme; la anécdota le causa gracia -o pena. Sea como sea, la cuestión es que gracias a aquel pequeño gesto –y una vida entera dedicada a eso para lo que uno vino-, el tucumano acopia ya 30 años de trayectoria, 10 discos editados y la distinción de ser uno de los músicos más emblemáticos del folklore argentino actual. Desde su ciudad natal, San Miguel, se proyecta al mundo: “Si no me fui nunca es por el enorme sentido de pertenencia, me siento tan cómodo que creo que desde aquí se puede hacer todo”, explica mientras cuenta de sus viajes por el país y por el exterior con sus canciones a mano.
El repertorio del guitarrista y cantor está signado por los grandes nombres del folklore de raíz tucumana: “El Pato Gentilini, los hermanos Núñez, Juan Falú y el Chivo Valladares, son las 4 patas sobre las que se asienta nuestra cultura folklórica contemporánea” asegura. Mucho en él hay de ellos, sus maestros. Aun así se reconoce en un estilo propio. “Tucumán es una usina de creación con un código de pertenencia pero con cosas distintas en su elaboración, eso está buenísimo porque por ejemplo los santiagueños o los salteños tienen una cosa muy fuerte, que nosotros muchas veces les envidiamos, con el sentido de pertenencia. Y así como nosotros lo consideramos una gran virtud por un lado, por otro se lo puede considerar un defecto porque pueden ser medio parecidos todos. En Tucumán como eso está más disperso, quizá porque es la ciudad más cosmopolita del norte, por una cuestión también cultural, somos como más abiertos y por eso sale una cosa mucho más diferente” observa Hoyos y continúa: “Si analizás la obra de los Núñez, con la del Chivo, con la del Pato, con la de Juan Falú y seguís para abajo con los que siguen, encontrás a Topo Encinar, a Juan Quintero que vienen forjando unas cosas donde todos son distintos entre ellos y a nosotros también”.
“El Pato Gentilini, los hermanos Núñez, Juan Falú y el Chivo Valladares, son las 4 patas sobre las que se asienta nuestra cultura folklórica contemporánea”
De todos modos, y haciendo una retrospectiva en su vida musical, Hoyos confiesa no siempre haber estado atravesado por éstas corrientes musicales que podrían catalogarse como alternativas o no masivas. “Cuando empecé a tocar lo hacía guiado por un concepto más comercial, y con eso crecí. Era muy famoso Daniel Toro en ese momento, Jorge Cafrune, famosos como ahora lo es el Chaqueño Palavecino por ejemplo. Esa era la música que me impregnó y desde ahí hice todo un trabajo que era muy fácil porque consistía en copiar, en repetir; es más, iba a los asados y no me dejaban ir porque cantaba todas las canciones conocidas. Yo pensaba que era un triunfador, jamás asocie que en realidad lo que estaba haciendo no era lo ideal. Hasta que a los 25 años conocí al Coco Nelegatti, un músico excelente, pianista, guitarrista, y gracias a él conocí mucha música que me parece muy grosa: desde Yupanqui, pasando por Piazzolla y Silvio Rodríguez, hasta Bach y Beethoven”, cuenta el tucumano.
Todo eso convive en Lucho Hoyos. La guitarra a veces tosca y renegrida, se mezcla con arpegios imposibles y fraseos entreverados. La peña y el vino, se cuelan entre el arreglo más complejo de la noche. Un artista que entiende lo popular como aquello que sale desde el fondo de las entrañas y desde ahí crea, canta, dice. “Lo que más disfruto es componer y arreglar, sobre todo arreglar. Cuando hago un arreglo y lo escucho sonar, me parece el punto más alto de todo. Después que lo aplaudan, que le guste a la gente, que lo compren, es algo que está bueno si sucede pero escuchar sonar el arreglo que he estado craneando, con la instrumentación que sea, me pone en otra frecuencia”. Lucho Hoyos, llega desde Tucumán con su música no apta para plateístas.
El músico toca este jueves 21 de marzo en El Aserradero (Montevideo 1815) a las 22hs.