Horacio Vargas es periodista de Rosario/12 y director del sello rosarino BlueArt Records. Convidado a elegir un disco que le gustase mucho se decidió por el inigualable Artaud, de Luis Alberto Spinetta, o la etapa final de su agrupación Pescado Rabioso. A continuación les dejamos el texto que leyó nuestro invitado para referirse al álbum de 1972 que ha quedado en la historia del rock de nuestro país como el mejor disco; según muchas voces que no dejan de citarlo o elegirlo en encuestas y entrevistas. Claro que esa categoría simplifica totalmente el alcance de esta obra total.
"¿Acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores opuestos de la muerte, el verde, para la resurrección y el amarillo para la descomposición y la decadencia?"
Antonin Artaud, París, 1937.
Las mudanzas traen aparejadas distintas consecuencias. Una de ellas, la más repetida en la vida de mi familia, era perder los LP que con tanto esmero y dedicación uno atesoraba en su juventud. Mi familia tuvo varias mudanzas, lo que implica cierta melancolía. Las cosas de las que hay que desprenderse, olores, amigos, imágenes, pequeños detalles de la vida cotidiana.
Yo perdí muchos discos en las mudanzas, cuando decir discos era decir ElePé, Long Play, comprados en una disquería que funcionaba en la Terminal de Omnibus cuyo nombre, lamentablemente, borró el tiempo.
Toda mudanza, decía, implica un dejo de tristeza pero toda mudanza si es forzada -como perder una casa-, se vuelve traumática. De un día para el otro hay que armar los bártulos y partir. Cuando nos acomodamos con mis padres y mi hermana en la pequeña casita del Pasaje Masón -donde sobrevivimos como pudimos-, el tocadiscos salvado por mi viejo Litto fue a parar, estratégicamente, al minúsculo living abarrotado de muebles, sillones, cuadros, bártulos.
Artaud de Luis Alberto Spinetta (¿o de Pescado Rabioso?) fue uno de los pocos discos que salvé de mi Titanic. También salvé otros discos y gracias a ellos, la música me acompañó siempre. Aún en los peores momentos.
Un día de otoño decidí abrir la caja con los discos que estaban a salvo. Elegí Artaud, el de la original tapa cuadrada, esa que no entraba en las bateas para desesperación de los jefes de venta de los sellos discográficos. Creo, como a toda una generación rockera, que lo primero que me atrajo de ese disco fue la tapa, con esa forma de estrella extraña, surrealista, genialidad de Juan Gatti.
Fui hasta el tocadiscos, una luz roja se prendió y un breve acople dio cuenta de que el pequeño amplificador aún funcionaba, a pesar de los camiones, las descargas y los empleados que tuvo que padecer.
Saqué el disco con cuidado. Puse el tema 2 y empezó a sonar la voz del Flaco: "Justo que pensaba en vos nena, caí muerto". Y luego el solo de guitarra cargado de blues y jazz de Spinetta. Y después el riff, esa repetición de notas, insuperable, histórica. "Qué sólo y triste voy a estar en este cementerio", se escucha.
Aparece mi viejo en el living y me vuelve a la realidad. -¿Quién toca la guitarra?- me pregunta. Y sin esperar respuesta, agrega: -Toca bien ese, eh. "Cementerio Club" es uno de los temas que siempre está.
El LP no sobrevivió a las mudanzas, se perdió en algún lugar de la ciudad. Pero me queda la pequeña alegría de ver a mis hijos escuchar hoy Artaud, que lo tengan entre sus preferidos, en cd, descargado, propio.
"Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor mañana es mejor". Es uno de los fragmentos de letras de canciones del rock más citados y pertenece al tema "Cantata de Puentes Amarillos". Es un himno.
Y después suena "Bajan", un rock de los setenta, flaco "la noche se nubla sin fin y además vos que eres sol despacio también podés ser la luna", escucho, siento, deliro a mis 20 años. Y el solo de guitarra que se va.
Artaud se convirtió en uno de los mejores discos del rock nacional, su portada fue elegida por músicos y diseñadores gráficos como la más original de todos los tiempos. Yo lo supe mucho tiempo después. Yo entonces era el que espera frente al despertar.
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