La primera fase del gobierno macrista se caracterizó por una disminución del nivel de salarios, la rebaja gradual del déficit público a través de un recorte de los subsidios al pago de servicios públicos que derivó en un aumento permanente de impuestos, la quita de retenciones a las exportaciones primarias, la apertura de importaciones, y una consolidación de una estructura productiva asentada en las producciones agropecuarias.
La lectura cambiemita, propia de la ortodoxia monetarista, señalaba como causantes de los desesquilibrios macroeconómicos y la falta de crecimiento al excesivo intervencionismo estatal que generaba una sobreexpansión del consumo interno basado en salarios altos de los trabajadores y un elevado gasto público, lo cual provocabaa un cuantioso y creciente déficit fiscal que potenciaba un proceso inflacionario creciente.
El gobierno confió en esta primera etapa en que al ajuste de salarios, de subsidios y de ciertos gastos públicos que restaurarían el orden económico, se le sumaría el acceso a los mercados internacionales de crédito. Esto último ocurrió fuertemente pero ninguna de las medidas logró lo principal: la radicación de nuevas inversiones que reimpulsaran el crecimiento económico (análisis general extraído del libro compilado por Eduardo Basualdo “Endeudar y fugar. Un análisis de la historia económica argentina de Martínez de Hoz a Macri").
De allí la necesidad de sostener y ampliar los subsidios a los sectores populares y, en el marco de las elecciones, ampliar el gasto público destinado a obra pública que permitiera poner en marcha de manera coyuntural una economía en recesión.
Hay un sector que paga como ningún otro las consecuencias del ajuste: la clase media. Un sector de difícil definición. Aquellos sectores medios que tienen trabajos en blanco, pierden por goleada el partido entre paritarias (siempre a la baja) y el explosivo aumento de impuestos y de una inflación sostenida.
La primera víctima una vez ganadas con contundencia las últimas elecciones legislativas ha sido el gradualismo. El lanzamiento de la tantas veces desestimada reforma laboral “a la brasileña” así lo indica y el eterno retorno de las reformas previsionales, ya iniciada con el regresivo nuevo cálculo de los aumentos jubilatorios que desplomará en unos años el ingreso de los abuelos. Los pilares estratégicos del programa oficialista comienzan a instrumentarse sin máscaras. Es el momento de acelerar, aún si no se sabe del todo hacia dónde se marcha. El propósito es desmontar las bases de sustentación del país peronista, para dar lugar a una sociedad (post)salarial más flexible y sumisa, de emprendedores precarios y trabajadores super-explotados.
Hay algo que todas y todos tendrán en común, sea cual fuere su extracción de clase y su procedencia geográfica: la condición de personas endeudadas. Pero hay un sector que paga como ningún otro las consecuencias del ajuste: la clase media. Un sector de difícil definición. Aquellos sectores medios que tienen trabajos en blanco, pierden por goleada el partido entre paritarias (siempre a la baja) y el explosivo aumento de impuestos y de una inflación sostenida.
Para los sectores medios monotributizados la situación es aún peor: no obtienen planes de empleo por no cumplir con las condiciones necesarias, tampoco las tarifas sociales a los impuestos y padecen un mercado interno cada vez más flaco. Los otros grandes perjudicados es paradójicamente una de las franjas de mayor adherencia al gobierno: los jubilados. Su presente y, sobre todo, su futuro, es y será sombrío. La caja de la Anses es el botín de guerra de ajustes draconianos que ocurrirán en la misma medida en que el mito de las inversiones termine de desplomarse en un mundo en recesión.
Los sectores populares padecen la situación económica general pero todavía no están sufrieron recortes en sus ingresos: los criticados subsidio. El gobierno controla por ahora el conflicto social negociando a través de la billetera con las organizaciones que representan a los más excluidos. Todo en un marco de una cada vez mayor caída del mercado interno. Esta segunda parte de la película macrista sigue siendo soplar y prender velitas. La eterna espera de una lluvia de inversiones que nunca volverán. Para cuando el mito sea insostenible, llegará la hora del inexorable ajuste feroz. Y, como decía un economista, “en el largo plazo estaremos todos puestos”.
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de Juan Pablo Hudson en la radio