La globalización está infectada

¿Nacionalismos autocráticos como única salida?

POLÍTICA
30 de marzo de 2020

Por Juan Pablo Hudson

Alexandr Dugin (foto) formó el Partido Nacional Bolchevique con Eduar Limonov, recientemente muerto, protagonista de la consagratoria novela biográfica "Limonov" (Anagrama, 2012) escrita por el francés Emmanuel Carrere. Luego de esa fallida alianza, el intelectual y profesor Dugin se consolidó como una voz orgánica en la estructura de Vladimir Putin. Sus planteos recuperan el nacionalismo, la antiglobalización, la antimodernidad, el antiliberalismo, y un enfrentamiento con las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial. En Argentina tiene muchos seguidores desde ciertas líneas sindicales y peronistas.

Por estos dias, cuando son varios los pensadores contemporáneos que han reflexionado a partir de la pandemia –Slavoj Zizek, Giorgio Agamben, Franco "Bifo" Berardi, Srećko Horvat, Judith Butler, Alain Badiou y Byung-Chul Han– Dugin salió con los tapones de punta para poner sobre la mesa sus principales ideas preexistentes, aunque ahora envalentonado por el avance irrefrenable del coronavirus.

En este texto (https://kontrainfo.com/covid-19-el-orden-post-global-es-inevitable-por-alexander-dugin/), el intelectual ruso confronta los planteos del surcoreano Byung Chul Han, quien había planteado un mundo bipolar entre la big data y la videovigilancia del Estado Chino y el fracaso europeo que únicamente basa su defensa en la cuarentena y el cierre de fronteras. Dugin trae una hipótesis contundente:

1. “La globalización se derrumba de manera definitiva, rápida e irrevocable. Hace tiempo que muestra signos de crisis, pero la epidemia ha aniquilado todos sus principales axiomas: la apertura de las fronteras, la efectividad de las instituciones económicas existentes y la efectividad de las élites gobernantes. La globalización ha caído ideológicamente (liberalismo), económicamente (redes globales) y políticamente (liderazgo de las élites occidentales)”.

2. “Se creará un nuevo mundo post-globalista (postliberal) sobre los escombros del globalismo”.

Lo primero que aclara Dugin es que habrá países y corporaciones que se negarán a lo inevitable, que es el fin definitivo de la globalización. Lo mismo ocurrió, dice, cuando ya había síntomas de destrucción de la URSS en 1989 y ciertos dirigentes rusos se negaban a aceptarlo. Aquí algunos de esos pasajes:

- “Las sociedades abiertas se convertirán en sociedades cerradas”. Cada país deberá construir “una estructura política, económica e ideológica que le permita defender los intereses de esta sociedad cerrada frente a los demás. Esto no implica necesariamente una guerra de todos con todos, pero al mismo tiempo inicialmente determina la prioridad principal y absoluta de este país y este pueblo”.

- “Una sociedad cerrada debe ser autocrática. Esto significa que debe ser autosuficiente e independiente de los proveedores externos en materia de alimentos, producción industrial, en su sistema monetario y financiero, y su poder militar en primer lugar”.

La pregunta ante el segundo punto es si este no es, en realidad, un orden que solo pueden alcanzar las potencias –China, Estados Unidos, Alemania, Holanda, países nórdicos–. Para Argentina, por ejemplo, con una economía dependiente de (casi) todo, no parece viable semejante planteo..

Pero no todo es encierro fronteras adentro, una especie de cuarentena nacional eterna. Para Dugin “la autosuficiencia en el soporte vital, los recursos, la economía y la política deben combinarse con una política exterior efectiva, en la que se destaque una estrategia de alianza. Lo más importante es tener un número suficiente de aliados estratégica y geopolíticamente importantes que juntos formen un bloque” potente capaz de resistir amenazas externas”.

Finalmente, el ruso esboza su ideario: generar “un sistema vertical único de gestión rígida (en una situación de crisis con la dictadura del máximo poder); plena responsabilidad del estado y sus instituciones por la vida y la salud de los ciudadanos; la asunción por parte del Estado de la responsabilidad del suministro de alimentos a su población bajo fronteras cerradas, lo que requiere una agricultura desarrollada; la introducción de la soberanía monetaria, con la moneda nacional vinculada al oro o la cobertura de productos básicos (es decir, la economía real) en lugar del sistema de reserva mundial”.

Estados Unidos ya había iniciado este plan a través del nacionalismo de Donald Trump pero ahora tendrá el desafío de llevarlo a su máxima expresión en medio de la pandemia y, mucho más, después de sus efectos arrasadores. China, quien padece las primeras consecuencias del parate de la circulación global de productos y comodities, tiene todo para crear una entidad autocrática todopoderosa. Lo mismo que Alemania y Francia. Dentro del segundo mundo, Dugin destaca a India, “que está reviviendo rápidamente su identidad nacional, comenzó a restablecer activamente los lazos con los países amigos de la región en el contexto de la pandemia, preparándose para los nuevos procesos”.

El último que apague la luz

Los planteos de Dugin tienen su posible justificación desde un punto de vista económico. Nouriel Roubini (https://www.project-syndicate.org/commentary/coronavirus-greater-great-depression-by-nouriel-roubini-2020-03/spanish) es un economista turco, cuyo máximo acierto fue anticipar la crisis financiera de 2008. Nada menos.

Ahora escribe una columna dando cuenta de que el desastre económico-financiero provocado por el COVID-19 a la economía global tiene consecuencias similares a la debacle de 2008 y hasta de la Gran Depresión del 30 pero con una diferencia sustancial: lo que en esas dos crisis ocurrió en el lapso de 3 años, ahora ocurrió en 3 semanas. Roubini revela cifras aterradoras: “el mercado bursátil de Estados Unidos se derrumbará en terreno bajista (una caída del 20% de su pico) –la caída de ese tipo más rápida de la historia-. Ahora, los mercados están un 35% abajo, los mercados de crédito se han congelado y los diferenciales de crédito (al igual que los bonos basura) se han disparado a los niveles de 2008. Inclusive firmas financieras tradicionales como Goldman Sachs, JP Morgan y Morgan Stanley esperan que el PIB de Estados Unidos caiga a una tasa anualizada del 6% en el primer trimestre, y del 24% al 30% en el segundo”.

Nunca había ocurrido, ni en la Gran Depresión ni en la Segunda Guerra, que la mayor parte de la actividad económica haya bajado sus persianas en gigantes como China, Europa y Estados Unidos. Lo notable del planteo de Roubini es que, desde su perspectiva, no queda otra opción más que recostarse en la heterodoxia económica trash, romper con el monetarismo ramplón y la obsesión por el déficit fiscal que todavía aconsejan los economistas profesionales en las mesas de debate televisivo en la Argentina.

“Estado y repartición de plata para todxs”, pasa a ser la consigna de la época. Roubini lo define con desesperada contundencia: “los gobiernos tienen que desplegar un enorme estímulo fiscal, inclusive a través de una “distribución en helicóptero” de desembolsos directos de efectivo a los hogares. Dado el tamaño de la crisis económica, los déficits fiscales en las economías avanzadas necesitarán subir de 2-3% del PIB a alrededor del 10% o más”. A lo que finalmente suma la indispensable necesidad de mantener tasas de interés cero o negativas, alivio crediticio, ayudar a las instituciones no bancarias, y hasta a los fondos de inversión y a las grandes corporaciones.

La pregunta final para países periféricos como el nuestro es la de siempre: ¿Quién va a pagar luego de la pandemia el indispensable alto déficit fiscal? ¿Quién la caída estrepitosa de la economía? Los 1500 despidos concretados por la transnacional Techint, el aumento vertiginoso de precios, y la negativa de los bancos a financiar a tasas mínimas a las PYMES para que paguen a sus empleados, se inscriben como una señal repetitiva.

 

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